3:11 AM

AUTOR: DIANA LAURA LOYA JÁQUEZ

–HERMOSILLO

Estudiante de la Licenciatura en Artes Escénicas en la Universidad de Sonora. Miembro del Colectivo Internacional Cautivos por las Letras y las Artes. Su poemario “Cenizas Rosas” es elegido para publicarse dentro de la antología “Mundos disidentes”, editorial Aquelarre de Tinta (2021). Ha sido integrante del taller de literatura del Instituto Sonorense de Cultura “Lengua de mariposa”, impartido por Clara Luz Montoya. Memorias del taller: “Conjuro de Luna” (2018), “Universo Mínimo: Haikús” (2019), “Flores en el Espejo” (2019). Participante “Los ingredientes de la poesía” a cargo de Hugo Medina, teniendo como producto “Menú poético III” (2017). Parte de “Mujeres en su tinta” en 2018 y 2019. Intervención en la Feria del Libro Hermosillo 2018. Ganadora del concurso “Que corra la tinta” del Instituto Sonorense de la Juventud, publicando antología con el mismo nombre (2017). Ganadora del tercer lugar categoría juvenil en el X Concurso de Cuentos y Leyendas del sur de Sonora (2016), organizado por la Universidad de Sonora. 

Me encontraba compartiendo mis sábanas con ese cuerpo. Largo, amplio, abarcando casi todo el espacio boca abajo. Estaba desnudo, podía notar las marcas del sol a la altura de la manga de la camisa, vellos cubriendo su piel, delgados en el área de los hombros y de mayor grosor en los antebrazos. Lo desconocí rotundamente. Ese cuerpo no figuraba en mi realidad, ni en mi pasado ni en mi presente. No sabía de dónde había salido. Por su plenitud al dormir debía tener una fuerte relación con él, pero me resultaba absolutamente ajeno.

La habitación estaba impregnada de un aroma confuso entre sudor y loción masculina barata. Había olido ese perfume con anterioridad, me evocaba a alguna ocasión en la que estuve encerrada, aunque no podía recordar cuándo. Empecé a transpirar, a pesar de tener el ventilador encendido. De pronto sentí que yo era la extraña en ese lugar, como si estuviera usurpando la intimidad de alguien más. Nada tenía sentido. 

Me deslicé fuera de la cama, mis pies se alertaron con la gelidez del piso y contuve un suspiro. Predominaba el negro, apenas una inocente iluminación viniendo de fuera lo debilitaba. Salí, cerré la puerta con extremo cuidado para que no se escucharan ni mis pensamientos. A hurtadillas llegué a la sala, una lámpara de luz cálida estaba encendida. Vi portarretratos abarrotados en una cómoda. Aparentemente había realizado varios viajes con ese sujeto, aparecíamos abrazados en una montaña rocosa cubierta de nieve, sonriendo entre palmeras y en la cima de unas dunas protegiéndonos del sol con mascadas. Comencé a dudar. En este punto no sabía si era él a quien desconocía o si yo misma no sabía de dónde venía.

Sentí una punzada en la boca del estómago, como si no hubiera comido en días y al mismo unas náuseas surgiéndome desde las entrañas. Me dirigí hacia la cocina, me sorprendí con una serie de gabinetes elegantes, madera tallada, grácil, en perfecto orden. Había artefactos que ni siquiera sabía para qué servían, además de un juego de cuchillos dignos de un chef, diferenciados por mangos de colores vivos. Desenvainé el verde, admiré el filo entre mis dedos, recorriéndome así la adrenalina típica del peligro. Doblaba el tamaño de mi menuda mano. El horno de microondas marcaba las 3:11 a. m.

En el espejo del comedor me observé con detenimiento. Un par de ojos negros, palidez adornada con cabellos revueltos oscuros a la altura de los hombros, un tatuaje de una rosa en mi brazo izquierdo. Debía significar algo, no podía recordar cuándo me lo hice. Metro sesenta de puras incógnitas. 

Al regresar a la habitación, él había cambiado de posición. Ahora estaba de espaldas, con una mano sobre el pecho. La tomé sutilmente, llevándola a mi boca y acaricié mis labios con sus yemas, quizás su tacto me retornara de esta abstracción. Empecé a deslizar el cuchillo por su silueta, iniciando en su barba de una semana, luego, con la punta, por la vena de sus bíceps y finalmente por la línea de su abdomen. El desconocido no era desagradable después de todo. Me posé sobre él, meciéndome ligeramente, estimulándome con la mirada fija en sus párpados perfectamente cerrados. Después de saciar mis mareas, solté un gruñido. Despertó.

—¿Qué estás haciendo? —musitó amodorrado.

Me llevé el índice a la boca, haciéndole una seña de silencio.

—No soy yo, no soy quien tú crees. Sofía se fue hace tiempo. No te preocupes, no planeo engañarte. 

Encajé el cuchillo con una fuerza visceral en su pecho desnudo. Él apenas pudo soltar una bocanada de aire antes de ahogarse con su propia sangre, poniéndole fin a esa historia de amor que nunca existió.