MI PADRE, MI PUEBLO

Manuel José Kamichi Miyashiro, egresado de la maestría en Política Social con mención en gestión de proyectos sociales en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y bachiller en comunicaciones por la Universidad de Lima. Obtuvo mención especial en el concurso Voces de las Juventudes (2021) de la Municipalidad de Lima y finalista en el III Recital de cuentos cortos (2022) organizado por el Voluntariado Ambiental UNMSM y Nuevas Letras en el Aire. Además, es investigador académico independiente, su identificador de investigador (ORCID) para seguir sus publicaciones académicas es el siguiente link: https://orcid.org/0000-0002-3222-3319

Mi padre, mi pueblo

 

I

No puedo cerrar los ojos sin que inmediatamente mi cuerpo comience a temblar como si una intensa descarga eléctrica pasara por todo mi ser. Mi mente destruye cada segundo de tranquilidad que pueda tener, es como si el tiempo no pasara para mí, siempre me mantengo en el mismo estado alterado. No tengo otra opción más que acabar mi vida de esta manera, agonizando hasta el último suspiro.

Pero no es la enfermedad que me tiene postrado en la cama la que hace estragos en mi cuerpo y en mi espíritu, sino es el regreso de aquello que quise borrar con todas mis fuerzas y que lo pude lograr hasta antes de convalecer.

Los recuerdos de mis orígenes llegan en cada momento que la soledad me acompaña, me abraza fuertemente como si no quisiera dejarme escapar de nuevo; y con ello, es el arrepentimiento de lo que me convertí lo que se asoma, sin poder retroceder en el tiempo para cambiar las cosas.

Algo que resuena en mi cabeza en todo momento son los días en donde me encontraba en mi cuarto y no podía contener las lágrimas, me pasaba horas y horas sentado en el piso —¿por qué? ¿por qué a mí? —me preguntaba en todo momento—. Recién había llegado a la capital y mis compañeros de clase ya se burlaban de mí, es como si cada característica mía estuviera mal para ellos: mi acento, mi lugar de origen, mi físico, mi color de piel, simplemente todo. Me decían cosas que no entendía como: ña ña ña ña ña, oe cholo, ¿dónde está tu wasaberto?, serrano, regrésate a tu pueblo y muchas otras cosas más que me llevó a hacer todo lo posible para poder borrarlo de mi mente, pero ahora ya no tengo escapatoria, simplemente estoy atrapado, ya no hay a dónde ir.

 

II

Mi padre Jacinto hizo todo lo posible para que pudiera salir adelante, trabajaba como agricultor de papa y yo lo ayudaba todos los días después del colegio. Los distribuidores nos pagaban una miseria mientras que lo vendían en la capital por mucho mayor precio. Ellos se volvían millonarios mientras que nosotros, que éramos los que cultivábamos y hacíamos todo el trabajo duro, vivíamos en la miseria. El sol era abrasador, todos los días teníamos que trabajar expuestos a ese calor infernal que nos hacía mojar toda la ropa para ganar unos míseros centavos que necesitábamos para poder sobrevivir.

Cada vez que salía del colegio para ir a mi casa me detenía en la bodega de don Juancito, no para comprar, puesto que nunca tenía dinero, pero sí para ver algo de televisión, ya que en mi hogar no tenía nada de esos lujos, ni siquiera poseía un teléfono para poder comunicarme con mis amigos. Siempre me gustaba ver las noticias para poder estar informado de lo que ocurría en el país, constantemente mostraban la ciudad de Lima llena de carros y lindas casas; de hecho, era tan distinto a mi realidad que recuerdo creer en algún momento que Lima se trataba de algún lugar fuera del Perú.

Pero lo que me parecía más raro era que siempre escuchaba decir a las personas que salían en televisión que la economía peruana era perfecta, que no requería cambios, que teníamos que cuidarla y no podíamos apoyar ningún cambio en ella. Eso me tenía muy confundido, si la economía a la que se refieren es la misma de la que me enseñan en el colegio ¿por qué decían eso si yo no siento que sea así? ¿acaso yo hice algo mal?, era lo que me preguntaba cada vez que miraba esos programas, incluso llegué a pensar en múltiples ocasiones que la palabra economía a la que se referían era otra cosa a la que me enseñaban en el curso del colegio. Ahora recién es que puedo entender todo respecto a eso.

 

III

Escucho a mi familia hablando en la sala, pero no es que estén rezando por mí ni nada relacionado; es lo de siempre, de nuevo se están peleado como lo hacen desde el primer día que me enfermé. Discuten para determinar cómo es que se va a repartir mis bienes una vez que muera, su interés se ha reducido a simplemente eso.

Contrario a eso, cuando era niño mi padre lo era todo, a mi mamá nunca la pude conocer porque murió en el momento de mi parto. El hospital más cercano al pueblo estaba a tres horas de distancia, por lo que no había tiempo para ir hasta allí cuando a mi madre se le rompió la fuente; por lo que el alumbramiento se tuvo que hacer en casa. Mi padre que a las justas había acabado primaria porque tuvo que trabajar desde joven para poder sobrevivir, no sabía nada de medicina, hizo lo que pudo, pero mi mamá enfermó fuertemente después de darme a luz, entonces pidió ayuda a un vecino que tenía una camioneta y la pudo llevar hasta el hospital.

Cuando por fin llegaron después del largo trayecto ocurrió lo que siempre pasa en esos lugares para la gente andina, el personal ni siquiera los atendió. Le pidieron que llenara formularios que mi padre no entendía porque era casi analfabeto; así que, rogando y llorando arrodillado pedía que por favor atendieran a su esposa. A lo que la recepcionista sin ningún tipo de emoción decía: primero debe llenar el formulario; por lo que mi madre terminó muriendo allí, en la recepción del hospital sin poder siquiera alcanzar los pasillos. Cada vez que mi papá me contaba ese suceso no podía contener las lágrimas, se culpaba de su muerte, por lo que hizo todo lo posible para ser padre y madre para mí.

Un lunes llegué a mi casa feliz porque me habían entregado la libreta de notas del colegio, era mi último año de cuarto de secundaria y había sacado las mejores calificaciones de mi promoción. Cuando le mostré a mi padre él comenzó a llorar de alegría, pero al mismo tiempo era de tristeza. Con la cabeza gacha me mostró sus manos, estaban sucias y totalmente destruidas por los años del trabajo en el campo, y me dijo: —no quiero que acabes como yo, hijo. Te mereces una vida mejor; así que hablé con un amigo de la familia que está en Lima, vive en un distrito llamado Breña, vas a ir allá para acabar el colegio y quiero que estudies en la universidad y seas profesional; así vas a tener un mejor futuro que el mío—.

Yo me quedé en shock, no lo entendía, nunca había ido a la capital, lo único que conocía de ahí era lo que había visto por televisión en la bodega de don Juancito, pero lo que más me preocupaba era dejarlo solo, no teníamos otro familiar y él ya era anciano, por lo que algo malo le podía pasar. Pero al mismo tiempo lo entendí, él quería lo mejor para mí, entonces acepté con la promesa de que volvería con él. Simplemente era algo pasajero, después retornaría y todo sería igual, eso era lo que pensaba incrédulamente.

 

 

IV

La bulla intensa, los vehículos aglomerados y el humo negro en el ambiente era lo que veía cuando recorría las calles de Lima. El lugar donde vivía el amigo de mi papá era muy distinto a las casas que aparecían en la televisión, era un pasadizo largo donde había viviendas en los costados, el camino era tan angosto que a veces sentía que las paredes se me caían encima. Las personas de esos hogares nos miraban por las ventanas, parecían como si estuvieran pendientes de todos los que entraban y salían del lugar.

La casa del fondo, la última de todas era la del amigo de mi papá, el lugar donde me quedaría. Cuando entré pude notar que los muebles de la sala eran antiguos, tenían un color oscuro, parecían como si estuvieran hongueados. La casa en general era pequeña y había muchas cosas en el lugar, como no había espacio para guardarlas simplemente estaban en todos lados, estaba todo hacinado.

El lugar donde dormía lo tenía que compartir con los tres hijos de él, que eran mayores y prácticamente casi nunca estaban en la casa porque trabajaban todo el día. Alberto, que en ese momento tenía 19 años y trabajaba como cobrador de combi, César de 21 y era vendedor en el mercado; y por último, María Antonia de 25, que era empleada del hogar.

Ninguno de los tres pudo ir a la universidad debido a que no había los medios económicos para ello, además que las necesidades en el hogar eran tan urgentes que tuvieron que trabajar lo antes posible, lo hacían desde secundaria. Mientras que el amigo de mi papá, que yo lo llamaba “tío” de cariño, trabajaba junto con su esposa como ambulantes en la calle, se recurseaban como podían. A veces vendían huevos de codorniz, otras veces se subían a los micros para vender golosinas, en otras ocasiones vendían periódicos, todo lo que uno se podría imaginar con tal de llevar algo de comida a sus bocas.

Todos ellos se trataban de sobrevivientes en un país con una economía considerada como ejemplo para los demás países de la región según los medios de comunicación. Lo peor de todo no era el hecho que ellos vivieran a las justas, tratando de sobrevivir el día a día, ni que los medios los invisibilicen, sino que su situación actual era mucho mejor que si hubieran vivido en el campo, es como si las únicas opciones fueran entre vivir pésimo o mal, no había más. Ellos estaban mejor que mi papá, eso era obvio, pero no vivían bien y eso era lo que más me preocupaba. ¿yo también iba a terminar como ellos? fue lo que me rondaba en la cabeza a cada momento.

La estadía no era gratuita, a cambio de quedarme tenía que ayudar a mi “tío” y a su esposa en la venta de sus productos después que saliera del colegio. No creí que fuera a ser muy distinto que cuando apoyaba a mi padre en la chacra, pero ¡vaya que estaba muy equivocado!

 

V

En mi primer día de clase me sentía muy emocionado, usualmente los lunes se me hacía muy difícil levantarme, pero esa mañana en específico estaba tan contento de entrar a un nuevo colegio y conocer a mis nuevos compañeros que me levanté muy temprano. Como no tenía dinero para tomar el transporte público tuve que caminar un promedio de una hora y media, llegué cansado pero feliz de la nueva aventura que me esperaba.

Al llegar a mi nuevo colegio, recuerdo que lo primero en lo que pensé fue que era muy grande, la puerta también era enorme y estaba todo enrejado. Desde la entrada ya me daba cuenta de que todo era muy distinto. Lo primero que hice fue formar junto a los demás estudiantes en el patio la media hora aproximada que duraba la formación, después que culminó entré al salón junto con todos mis compañeros y antes de que se iniciara la clase el profesor me presentó frente a los demás, dijo que era un estudiante nuevo y mencionó mi ciudad de origen. Yo estaba orgulloso de eso, inflaba el pecho en ese momento, pero al poco rato me daría cuenta de que era lo peor que me había podido pasar en la vida.

No tardó mucho, fue en el cambio de curso, cuando el docente se había ido y esperábamos al de física para que viniera a dictar su clase cuando un grupo de compañeros vinieron hacia mí.

­—¿con que eres de la sierra, ¿verdad? –me preguntaron­—.

—Sí –respondí entusiasmado—, pensando que me querían preguntar cosas sobre mi pueblo.

—Eres un serrano de mier… –me respondieron–.

—Cholo asqueroso, regrésate a tu pueblo, tú no eres de acá –añadieron—.

Yo no sabía qué hacer, nunca me habían dicho algo así en mi vida, así que no pude contener las lágrimas. Lo que fue peor, porque todo el salón se comenzó a burlar de mí.

—Miren a la niñita cómo llora –me decían—.

–¿Quieres ir donde tu mami, acaso? –me preguntaban—. Todos se reían, nadie se compadecía de lo que sufría.

No tardó mucho cuando sentí que alguien me jaló de la espalda, lo que me hizo salir de mi carpeta. Un grandulón había halado de mi chompa con tanta fuerza que había logrado sacarme de mi silla de un solo tirón, después me comenzó a golpear varias veces y los demás hicieron lo mismo. Lanzaron mis cuadernos, mi mochila y todas mis demás cosas a mi cabeza, mientras que seguía recibiendo puñetes.

Todo acabó cuando divisaron al profesor venir, —ya viene el profe —gritaron—. Todos se apartaron y regresaron a sus carpetas como si nada hubiera pasado. El docente llegó y simplemente hizo su clase, no le importaba nada más, ni siquiera el hecho que estaba llorando y que mis cosas estaban regadas por el piso.

La venta de productos en la calle no era mejor que en el colegio, ni siquiera me servía para distraerme de lo que sufría en la escuela. No solamente estaba el cansancio de estar parado por largas jornadas, el tener que caminar a cada rato y el hecho de subir de micro en micro, sino también que muchas personas nos insultaban cuando pasaban. Nos gritaban: cholos, serranos, te pago para que limpies mi wáter, etc. Para mi “tío” y su esposa era algo normal, actuaban como si ya estuvieran acostumbrados a eso, pero a mí sí me afectaba bastante.

 

VI

El tiempo simplemente pasó, entendí que la única forma de sobrevivir en ese mundo era olvidar mis raíces, hacer todo lo posible para poder dejar de hablar como lo hacía, tenía que hacerlo como lo hacen los de acá, con sus jergas e insultos. Pero no solamente era eso, también tenía que borrar mis orígenes por completo, puesto que era por eso que me trataban de esa manera. Todo era cuestión de ser igual a ellos.

No pasó mucho tiempo para que también comenzara a cholear a otros, que maltratara a los inmigrantes que conocía y que les hiciera lo mismo de lo que me hicieron a mí en el colegio y en las calles. Las largas horas llorando y deseando no ser quién realmente era fue tan fuerte e intenso que realmente logré mi cometido. Me olvidé de quién era antes de venir acá.

Ahora que estoy postrado en mi cama ya no tengo escapatoria, todos los recuerdos regresan como si hubieran estado esperando el momento oportuno para venir hacia mí, es tan fuerte que mi mente y mi cuerpo no lo pueden asimilar. Pero lo que más incide en mi cabeza, aquello que me hinca como alfiler hasta el punto de no poder resistir más y que no pueda evitar que se me salgan las lágrimas sin parar es el hecho de que olvidé a mi padre.

Al borrar todo de mi memoria: mis raíces, mis orígenes, también lo borré a él. Ahora que ya han pasado varios años desde que me mudé a Lima y que estoy a punto de morir, en un estado en el que no puedo ni siquiera levantarme de mi cama y es ahora cuando me pregunto ¿qué fue de la vida de mi padre? ¿cómo está ahora? ¿qué estará haciendo? ¿sigue vivo? Fui su único hijo, era la única familia que tenía y simplemente lo abandoné, me fui para buscar un futuro mejor con la consigna de regresar con él, pero nunca más pude volver para verlo.


El presente cuento obtuvo mención especial en el concurso de creación artística: Voces de las Juventudes, organizado por la Municipalidad de Lima (2021).