LAS BOTAS QUE SE SACUDEN ESPÍRITUS

AUTOR: MARIANA ARREOLA MONTESINOS

–GUAYMAS, SONORA

Su poesía aparece en libros y revistas internacionales, como "BIPOC Issue", "La colección de poesía decembrina", y “CULTURE” presentadas por la editorial norteamericana Wingless Dreamer Publisher y Moida Magazine en junio de 2021. En noviembre de 2021, Mariana fue la única participante Guaymense dentro de las presentaciones literarias en el Encuentro de cuento y narrativa breve Edmundo Valadés en su VII Edición. Su trabajo “La belleza del apocalipsis” es un cuento publicado por el Instituto Sonorense de Cultura en la antología “Letras del desierto 2021”, junto a un colectivo de escritura de Ciudad Obregón. En diciembre de 2021 dos de sus poemas salieron a la venta dentro de la antología “El caminar de la vida” (Walk of life) por la editorial “A poet’s choice”, y su poema “Hija Doméstica” formó parte del catálogo de la revista estadounidense "For women who roar”. Actualmente, su poema “Andrea” fue publicado en el catálogo digital de la revista Mortal (abril 2022). Su trabajo más reciente, "A Movie Called Honeycomb" ya se encuentra a la venta en el chapbook publicado por Torrey House Press, "In the Garden", libro que forma parte del Programa de Humanidades Ambientales de la Universidad de Utah. 

Cuando uno quiere volverse poeta, es necesario considerar que las fuentes de inspiración emerjan de los recuerdos de su padre, pero sobre todo, de sus botas de trabajo. 

Estas botas solían servir como un escudo, un apoyo, o un arma. Recuerdo cómo era que mi padre, al ser sonámbulo, caminaba por los sembradíos en ropa interior, ensuciando las botas y haciendo que la única evidencia de que los sueños lo controlaban, fueran las huellas lodosas que mis hermanos y yo encontrábamos en el piso del vestíbulo a la mañana siguiente. 

En la habitación contigua a la puerta corrediza que te conduce hacia el patio de la hacienda: las suelas se golpeaban entre sí como si intentaran manifestar algún tipo de ritual protector. ¿De qué espíritus nos estaba protegiendo mi padre? ¿Qué era eso que inconscientemente comunicaba sobre la tierra, al hacer guardia de nuestra cosecha, incluso durante sueños? 

A espaldas de la casa, la familia perduró por generaciones como dueña de un rancho con cultivos de mazorcas, las cuales tardaríamos meses en poder recolectar. Y papá, después de caer en uno de los sillones, cansado, se levantaría cada noche, golpeando las suelas de sus botas, como si hubiera espíritus a los cuales ahuyentar de nuestra hacienda; como si nuestro pasado tomara forma humana, para recordarnos que nadie está libre del pecado que viene en la sangre. 

Fueron temporadas en que junto con mis hermanos, cronometramos su horario habitual de rondar por el campo, sin llegar a ninguna conclusión en particular. Por fortuna siempre alcanzamos a reaccionar a tiempo para detenerlo una vez que las botas terminaban de pisotear la tierra. Seguramente era un espíritu de algún difunto familiar quien llegaba deseando saber exactamente quiénes éramos, noventa y tantos años después de que quedara inaugurada la hacienda. Su fantasma cuestionando si la nueva línea generacional era digna de obtener riqueza a base de los sacrificios que pertenecieron a nuestros antepasados. 

Tiempo más tarde, me imagino que hay un lugar de descanso profundo, cuando el cuerpo ha olvidado el peso de la tristeza o de sus muchas traiciones, lo cual vuelve injusto que alguna vez me creí lo suficientemente inteligente como para culparnos por las heridas dibujadas en cada centímetro de la piel: el tobillo bulboso y dolorido, la pesadez en los músculos del hombro, y la grasa, invadiendo la carne. También cuesta creer que haya quien no sepa, que es posible dejar las cosas pasar, para lograr ver la expansión de una vida que les prosiga a tantos sacrificios. Es tan fácil, pero muchos espíritus no han de saber cómo materializar los fundamentos de esta ideología. Ellos fueron mis ancestros, aquellos que no tuvieron la oportunidad de conocer la manera en que yo me he enamorado de los campos, y de las ideas que se le ocurrieron a mamá para construir un segundo piso, y un sistema de regado cerca de la hacienda. Pero también creo que esta culpa es capaz de dividirse. Lo que todavía no conozco personalmente, es el día del eterno descanso. 

Al ser tan joven, una parte de mí siempre reconoce tener un cerebro de papel triturado, en el que muchas de mis ideas se deshacen como por arte de magia. Después de pasar semanas aprendiendo a montar a caballo, a negociar en las tiendas, e incluso adquirir el famoso lenguaje que utilizan los comerciantes profesionales, no me puedo atribuir ningún mérito de las victorias que nos trajeron aquí por parte de un camino labrado que se construyó con las manos de nuestro linaje de sangre, quien sabe ya cuántos años atrás. Por todos estos malentendidos, fue que en uno de esos días decidí sentarme para escribirles una carta a los fantasmas, que les ofreciera nuestras explicaciones. Dirigiéndome hacia uno de los espíritus, redacté; 

Debes de saber que esta es apenas una hipótesis que me atrevo a registrar: 

Tenemos en la luz de la mañana de noviembre, el campo trasero, húmedo y sucio. El verde césped: con nuevos brotes y semillas prematuras que generan la ganancia familiar en silencio. La brillante elegancia de la arena se esparce sobre la tierra sonorense, girando despreocupadamente con el viento, y el firmamento azul a las afueras de Ciudad Obregón. De todo lo que puedo decir, lo que si te puedo asegurar es que hay un par de botas acabadas que recordaré toda mi vida, aun cuando nunca pude entender su misterio, en mi familia, son en parte del legado que por siempre vamos a atesorar. 

El momento de redacción dura quince respiraciones, y media hora de meditar en silencio. 

Incluso cuando ya era domingo, mi padre se levantaba temprano y se ponía la ropa de trabajo para salir hacia un abrazo del invierno. Luego, con las manos maltratadas que dolían por el trabajo de recolección, los guantes le ayudaron a sellar y vender cada uno de los elotes. 

Me despertaba el pisoteo de sus botas. Mientras los demás dormían en sus habitaciones, yo me levantaba, y en pijama, seguía a mi padre sonámbulo en medio de la noche, temiendo las miradas rígidas de aquellos espíritus, quienes, a pesar de la carta, tardaron un tiempo en dejarnos en paz. 

Me molesté con papá en una ocasión. Cuando le dije que estaba considerando mudarme y abandonar los legados del campo, pero ¿qué tanto podía saber yo?, ¿qué tanto podía saber sobre un amor paterno incondicional, y el sacrificio de terminar cada jornada, con dos botas manchadas de cien caminos recorridos?